...mis desamores siempre comienzan con el frío. Bastó sentarme frente a tí y sentir atracción. Te ofrecí un cigarro y me respondiste con una flor, conversamos, me acompañaste...caminamos sin abrigo por las heladas calles, hablando del ritmo que todos poseemos (y del que, según tú, careces) Me tomaste la mano, te reiste, me quitaste el pañuelo y te lo pusiste, oliste mi cuello, evocaste recuerdos (¿mi perfume?). No querías que viera la hora, dijiste que era tuya, no querías dejarme ir. Me acompañaste a la estación y con un gesto paternal me abrigaste, devolviste el pañuelo a su sitio y te despediste...besaste mi mejilla y bajé la escalera sin mirar atrás. Bastó el último escalón para sentir que comenzaba a enamorarme y a la vez, uno de mis desamores...aquellos que siempre llegan con el frio.
Wednesday, March 21, 2007
Thursday, March 15, 2007
...no puedo describir, sólo sentir la experiencia vivida anoche en el recital de Roger Waters; razón por la que transcribo una de sus canciones, mientras sigo gravitando por El lado oscuro de la luna...
Eclipse
All that you touch
All that you see
All that you taste
All you feel
All that you love
All that you hate
All you distrust
All you save.
All that you give
All that you deal
All that you buy, beg, borrow or steal.
All you create
All you destroy
All that you do
All that you say.
All that you eat And everyone you meet
All that you slight And everyone you fight.
All that is now
All that is gone
All that's to come and everything under the sun is in tune but the sun is eclipsed by the moon.
"There is no dark side of the moon really. Matter of fact it's all dark."
Todo lo que tocas,todo lo que ves,todo lo que gustas,todo lo que sientes,todo lo que amas,todo lo que odias,todo de lo que desconfías,todo lo que salvas,todo lo que das,todo lo que negocias,todo lo que compras,mendigas, pides prestado o robas,todo lo que creas,todo lo que destruyes,todo lo que haces,todo lo que dices,todo lo que comes,todos con quienes te reúnes,todo lo que menosprecias,todos con quienes te peleas,todo lo que existe,todo lo que pasó,todo lo que está por venir y todo lo que está bajo el sol está en armonía,pero el sol es eclipsado por la luna.
...porque no hay un lado oscuro en la luna realmente. El hecho es que todo es ocuridad…
Monday, March 12, 2007
...un par de veranos atrás encontré en las páginas de una revista esta historia, decidí guardarla por distintos motivos… hace poco, próximo a acabarse el verano y ordenando unos papeles, la encontré pero esta vez decidí compartirlas para que ….
Hablemos de lo que ocurrió el verano anterior.
Hablemos de lo que ocurrió el verano anterior.
Cómo no voy a acordarme de ti. Perfectamente podría decirte otra cosa, inventar algo frío y descomprometido como “no, lo siento cariño, jamás pienso en nosotros”, pero sería una mentira inútil. Y tú sabes que yo no miento. Puedo haber sido un desastre como pareja, un bostezo como amante, pero no distorsiono la realidad. No la complico según mi antojo, como lo hacen otros tan eficazmente y con tanta sabiduría. Eres una experta en esas artes y lo sabes.
Te vas a morir de la risa, pero me estoy acordando de la última vez que hicimos el amor. Fue hace exactamente un año, durante una de esas tardes que pasamos odiándonos en silencio. Pleno verano, con treinta y tres grados a la sombra, tú y yo sin dinero, encerrados en un departamento de Providencia, sin piscina ni amigos con piscina. Ni siquiera teníamos hielo en el freezer, Dios mío, ¿cómo no nos matamos? La verdad es que nunca pensamos en que ese acto tan mínimo, en ese encuentro tan desprovisto de significado, íbamos a decirnos adiós irremediablemente. Te quejabas del calor y del silencio veraniego en esta ciudad de inviernos contaminados. Decías que era urgente instalar el sistema de aire acondicionado, un lujo que no podíamos pagar, mientras yo leía por quinta vez La muerte en Venecia .Era imposible avanzar en las páginas gracias a tu manía de pensar en voz alta. Por suerte no piensas demasiado.
Te vas a morir de la risa, pero me estoy acordando de la última vez que hicimos el amor. Fue hace exactamente un año, durante una de esas tardes que pasamos odiándonos en silencio. Pleno verano, con treinta y tres grados a la sombra, tú y yo sin dinero, encerrados en un departamento de Providencia, sin piscina ni amigos con piscina. Ni siquiera teníamos hielo en el freezer, Dios mío, ¿cómo no nos matamos? La verdad es que nunca pensamos en que ese acto tan mínimo, en ese encuentro tan desprovisto de significado, íbamos a decirnos adiós irremediablemente. Te quejabas del calor y del silencio veraniego en esta ciudad de inviernos contaminados. Decías que era urgente instalar el sistema de aire acondicionado, un lujo que no podíamos pagar, mientras yo leía por quinta vez La muerte en Venecia .Era imposible avanzar en las páginas gracias a tu manía de pensar en voz alta. Por suerte no piensas demasiado.
No te quise ofender, lo siento, perdóname, pero a veces me cuesta evitarlo. Emborracharme contigo en este sitio tan repleto me hace mal. Me pudre por dentro, créeme. Tal vez lo más sensato sería dejarlo hasta aquí y que cada uno se pierda en la multitud fumadora, tú con el arquitecto adolescente que te vigila con la mirada y yo con mi traductora de español-alemán que insiste en sacarme celos, aunque sin éxito. Mejor dame un par de billetes y compremos otro trago, el próximo lo invito yo.
Reconozco que esa vez te grité. Fue injusto y me arrepiento, pero tu sobreactuaste tu reacción. Pedí disculpas, igual que ahora, pero ya era inútil. Te sentaste frente al computador y durante las cuatro horas que siguieron nos olvidamos el uno del otro. Te lo confieso, fueron cuatro horas que disfruté intensamente.
Cuando se hizo de noche el hambre nos obligó a unir fuerzas. Abandonamos nuestras respectivas labores, resignados a mirarnos las caras para solucionar un problema común. Propusiste pedir sushi por teléfono y yo estuve a punto de echarte en cara nuestras finanzas. Pero no dije nada, guardé ese dato para una ocasión que valiera la pena. Dos horas más tarde te miré sin hablar mientras tragabas un monstruoso rainbow-roll. No sé si fue tu boca abierta o la salsa de soya chorreando por la comisura de tus labios o los granos de sésamo adheridos a tus mejillas, pero algo se rompió en ese instante y, lo juro, nunca más lo pude parchar.
Se te ocurrió entonces la genial idea de salir a la calle. Mi sueño era quedarme en cama, viendo cosas malas en la televisión. Cuando te propuse mi panorama (ver un documental de reptiles exóticos en Tailandia) te reíste a carcajadas y agarrando un trozo de sashimi y diste la última orden: “Dúchate rápido”.
Mientras caminábamos hacia nuestro bar (nuestro bar, me gusta como suena eso), decidí que mi vida no tenía ningún sentido, pero que me iba a esforzar al máximo para darle una coherencia. Nos sentamos en la mesa de siempre, la última junto a la ventana. Desde ahí podíamos vernos cada vez que uno de los dos se atrasaba para una cita. No sé cuantas veces llegué tarde y te descubrí sentada al otro lado del vidrio, tomando un té con limón mientras leías alguna de esas novelas contemporáneas que nunca terminabas. Pero esa noche era distinta. Pedimos las mismas cervezas para combatir la sed, pero ni siquiera pudimos disfrutarlas porque no paraste de hablar por teléfono. Alguien te avisó del cumpleaños de un conocido, uno de esos amigos tuyos de los largos veranos en Zapallar en los tiempos en que tu padre tenía dinero porque el cáncer aún no se lo llevaba todo. Yo no quería ir a la fiesta, pero tampoco quería que fueras sola.
Soy honesto, no te puedo mentir, mucho menos ahora, después de un año sin hablar de ese tema. Tú escúchame y trágate ese vodka que a mí me toca pagar el que viene. De esa fiesta anodina recuerdo que tomamos margaritas en una terraza y que me besaste en público, feliz y despeinada, montando un soberbio espectáculo frente a los demás. Tan verosímil fue tu interpretación que estuve a punto de creer que éramos la pareja más feliz sobre la faz de la tierra, los novios de excepción que se comprendían porque se escuchaban y solucionaban sus conflictos con madurez. Pero no había nada verdadero esa noche. Ni tu entusiasmo ni mi paciencia ni lo que sentíamos juntos y por separado. Lo único cruel y real era el letargo en nuestras vidas y esas ganas caprichosas de permanecer juntos cuando lo más sano era asumir la derrota, cerrar los ojos, escapar.
Debo decirte algo que no te va a gustar. Reconozco que tienes una personalidad magnética, tu carisma es indiscutible. Pero cuando no hay música ni ambiente eres bastante aburrida, casi rutinaria. Tu carácter se atrofia si hay menos de diez personas a tu alrededor. Entiendo que funcionas con el aplauso, con el halago cínico o el chisme de salón, pero debes aprender que la calma también tiene sus ventajas. Esa noche, después de la fiesta, el silencio nos hizo añicos. Apenas volvimos al departamento, cerca de las dos de la mañana, volviste a tus quejas sobre el calor y la falta de sueño. Querías salir, pero no te atreviste a reconocerlo. Nos fuimos a la cama y vimos uno de esos programas de verano donde todos pretenden ser inmensamente felices y desprejuiciados. Tú cerraste los ojos y casi te quedas dormida, pero la angustia te estaba comiendo viva, no digas que no. Al menos yo fui más digno. Ni siquiera probé cerrar los ojos. Pasé la noche entera con el televisor encendido y el volumen muy bajo, pensando, buscando razones, inventando frases piadosas para describir nuestra situación. Cuando miré el reloj eran las nueve de la mañana y tú seguías durmiendo. Me acerqué a tu lado y pensé que eras el ser más frágil y hermoso del universo.
Lo que sucedió después es mejor evitarlo incluso en esta conversación. Podemos ser liberales, pero nunca masoquistas. A la mañana siguiente tomamos un desayuno frugal y callado, vino entonces un eterno silencio que sólo fue interrumpido por nuestra pequeña Epifanía: la playa. Decidimos subirnos al auto y conducir hacia la costa, juntos, como al comienzo, lejos de esas calles calientes y todos sus seguidores. Durante quince minutos el entusiasmo nos aturdió. Corriste a buscar una mochila y por un momento también pensé que nada era tan grave, que la euforia del amor nunca es una constante. Te amé como nunca esos quince minutos.
No llores, no voy a permitirlo. Por favor, termina tu trago para pedir el próximo. Los demás pueden esperar porque esta noche es única. Si derramas una sola lágrima más mi ego va a inflarse hasta limites insospechados y eso no te conviene en lo más mínimo. Voy a pensar que eres una mujer triste, que nunca lograste reponerte de ese verano, que a pesar de tu larga lista de pretendientes tu vida se ha vuelto inútil porque nada se compara a lo que yo te ofrecí. Si sigues llorando esta noche va a terminar mal, te lo juro. Por eso es mejor que termines ese maldito vodka de un solo sorbo. Dime si quieres seguir con lo mismo o cambiar a whisky, cerveza o ron. Yo pago, déjame invitar. No vale la pena más llanto, es mejor hablar del asunto porque es lo único que nos queda. Piensa en momentos más felices porque también los tuvimos. Recuerda el día en que nos conocimos, los viajes, la última Navidad. No importa si duele. No importa si esto acaba en tragedia o si no tiene final. No importa si no cambia la vida, esta noche es para recordar.
Pablo Illanes.
Reconozco que esa vez te grité. Fue injusto y me arrepiento, pero tu sobreactuaste tu reacción. Pedí disculpas, igual que ahora, pero ya era inútil. Te sentaste frente al computador y durante las cuatro horas que siguieron nos olvidamos el uno del otro. Te lo confieso, fueron cuatro horas que disfruté intensamente.
Cuando se hizo de noche el hambre nos obligó a unir fuerzas. Abandonamos nuestras respectivas labores, resignados a mirarnos las caras para solucionar un problema común. Propusiste pedir sushi por teléfono y yo estuve a punto de echarte en cara nuestras finanzas. Pero no dije nada, guardé ese dato para una ocasión que valiera la pena. Dos horas más tarde te miré sin hablar mientras tragabas un monstruoso rainbow-roll. No sé si fue tu boca abierta o la salsa de soya chorreando por la comisura de tus labios o los granos de sésamo adheridos a tus mejillas, pero algo se rompió en ese instante y, lo juro, nunca más lo pude parchar.
Se te ocurrió entonces la genial idea de salir a la calle. Mi sueño era quedarme en cama, viendo cosas malas en la televisión. Cuando te propuse mi panorama (ver un documental de reptiles exóticos en Tailandia) te reíste a carcajadas y agarrando un trozo de sashimi y diste la última orden: “Dúchate rápido”.
Mientras caminábamos hacia nuestro bar (nuestro bar, me gusta como suena eso), decidí que mi vida no tenía ningún sentido, pero que me iba a esforzar al máximo para darle una coherencia. Nos sentamos en la mesa de siempre, la última junto a la ventana. Desde ahí podíamos vernos cada vez que uno de los dos se atrasaba para una cita. No sé cuantas veces llegué tarde y te descubrí sentada al otro lado del vidrio, tomando un té con limón mientras leías alguna de esas novelas contemporáneas que nunca terminabas. Pero esa noche era distinta. Pedimos las mismas cervezas para combatir la sed, pero ni siquiera pudimos disfrutarlas porque no paraste de hablar por teléfono. Alguien te avisó del cumpleaños de un conocido, uno de esos amigos tuyos de los largos veranos en Zapallar en los tiempos en que tu padre tenía dinero porque el cáncer aún no se lo llevaba todo. Yo no quería ir a la fiesta, pero tampoco quería que fueras sola.
Soy honesto, no te puedo mentir, mucho menos ahora, después de un año sin hablar de ese tema. Tú escúchame y trágate ese vodka que a mí me toca pagar el que viene. De esa fiesta anodina recuerdo que tomamos margaritas en una terraza y que me besaste en público, feliz y despeinada, montando un soberbio espectáculo frente a los demás. Tan verosímil fue tu interpretación que estuve a punto de creer que éramos la pareja más feliz sobre la faz de la tierra, los novios de excepción que se comprendían porque se escuchaban y solucionaban sus conflictos con madurez. Pero no había nada verdadero esa noche. Ni tu entusiasmo ni mi paciencia ni lo que sentíamos juntos y por separado. Lo único cruel y real era el letargo en nuestras vidas y esas ganas caprichosas de permanecer juntos cuando lo más sano era asumir la derrota, cerrar los ojos, escapar.
Debo decirte algo que no te va a gustar. Reconozco que tienes una personalidad magnética, tu carisma es indiscutible. Pero cuando no hay música ni ambiente eres bastante aburrida, casi rutinaria. Tu carácter se atrofia si hay menos de diez personas a tu alrededor. Entiendo que funcionas con el aplauso, con el halago cínico o el chisme de salón, pero debes aprender que la calma también tiene sus ventajas. Esa noche, después de la fiesta, el silencio nos hizo añicos. Apenas volvimos al departamento, cerca de las dos de la mañana, volviste a tus quejas sobre el calor y la falta de sueño. Querías salir, pero no te atreviste a reconocerlo. Nos fuimos a la cama y vimos uno de esos programas de verano donde todos pretenden ser inmensamente felices y desprejuiciados. Tú cerraste los ojos y casi te quedas dormida, pero la angustia te estaba comiendo viva, no digas que no. Al menos yo fui más digno. Ni siquiera probé cerrar los ojos. Pasé la noche entera con el televisor encendido y el volumen muy bajo, pensando, buscando razones, inventando frases piadosas para describir nuestra situación. Cuando miré el reloj eran las nueve de la mañana y tú seguías durmiendo. Me acerqué a tu lado y pensé que eras el ser más frágil y hermoso del universo.
Lo que sucedió después es mejor evitarlo incluso en esta conversación. Podemos ser liberales, pero nunca masoquistas. A la mañana siguiente tomamos un desayuno frugal y callado, vino entonces un eterno silencio que sólo fue interrumpido por nuestra pequeña Epifanía: la playa. Decidimos subirnos al auto y conducir hacia la costa, juntos, como al comienzo, lejos de esas calles calientes y todos sus seguidores. Durante quince minutos el entusiasmo nos aturdió. Corriste a buscar una mochila y por un momento también pensé que nada era tan grave, que la euforia del amor nunca es una constante. Te amé como nunca esos quince minutos.
No llores, no voy a permitirlo. Por favor, termina tu trago para pedir el próximo. Los demás pueden esperar porque esta noche es única. Si derramas una sola lágrima más mi ego va a inflarse hasta limites insospechados y eso no te conviene en lo más mínimo. Voy a pensar que eres una mujer triste, que nunca lograste reponerte de ese verano, que a pesar de tu larga lista de pretendientes tu vida se ha vuelto inútil porque nada se compara a lo que yo te ofrecí. Si sigues llorando esta noche va a terminar mal, te lo juro. Por eso es mejor que termines ese maldito vodka de un solo sorbo. Dime si quieres seguir con lo mismo o cambiar a whisky, cerveza o ron. Yo pago, déjame invitar. No vale la pena más llanto, es mejor hablar del asunto porque es lo único que nos queda. Piensa en momentos más felices porque también los tuvimos. Recuerda el día en que nos conocimos, los viajes, la última Navidad. No importa si duele. No importa si esto acaba en tragedia o si no tiene final. No importa si no cambia la vida, esta noche es para recordar.
Pablo Illanes.
Subscribe to:
Posts (Atom)